jueves, 23 de diciembre de 2021

Aquel martes amaneció como cualquier otro día. Abrí los ojos y me puse a disfrutar de las recién estrenadas vacaciones. Quizá pensé en qué me traerían Papá Noel o los Reyes Magos, pero ha pasado tanto tiempo que los pensamientos que aquella vez resonaron claros en mi mente han desaparecido ya en las brumas del tiempo. Creo recordar que hizo un buen día, pero no aproveché para salir a jugar fuera, porque no era algo que hiciera habitualmente. Probablemente estuve jugando con el Tente, leyendo o viendo los (escasos) programas infantiles que en aquella época echaban por la tele.

Un típico día de comienzo de vacaciones en casa con mi abuela, mientras mis padres se iban a trabajar todo el día... pero, ¿cómo fue aquel día para mis padres?

Para mis padres aquel día también empezó como todos: levantarse, prepararse e irse al trabajo. Tenían que ir en transporte público porque hacía ya más de año y medio que nos habían robado el coche y nunca volvimos a verlo, así que para estar en el trabajo a la hora de apertura, tenían que salir pronto de casa. Probablemente yo no les vi, estaría durmiendo cuando ellos se fueron temprano, llegaron a Madrid y cada uno se fue a su trabajo. A la hora de comer se reunieron para comer juntos... y ahí fue cuando ese día normal, anodino, un día cualquiera... se convirtió en un día inolvidable.

Mis padres sabían que hacía más o menos un año que estaba pidiendo un ordenador como regalo. Al acabar el curso anterior, para mi cumpleaños... incluso puede que lo hubiera puesto en la carta a Papá Noel y los Reyes Magos. Pero también sabían que era muy difícil que Papá Noel o los Reyes me lo trajesen. Ese día habían cobrado y mientras comían se miraron y cada uno adivinó lo que el otro estaba pensando: ¡comprémosle un ordenador al niño!

Aquel pensamiento lo cambió todo por completo. Se fueron a una tienda de la conocidísima Calle Mayor de Madrid (al lado de donde trabajaba mi madre) y preguntaron por ordenadores y televisores porque, ¿de qué sirve tener un ordenador si no tienes un televisor donde ponerlo? En la tienda les estuvieron enseñando varios modelos de ordenadores y televisiones. Ellos no entendían de ordenadores, bajo su punto de vista todos eran iguales, así que acabaron comprando lo que les recomendaron: un MSX modelo Toshiba HX-10 y una televisión de 14 pulgadas en blanco y negro marca Denvo. En aquella época esa compra les supuso un gran gasto, fue un sacrificio que hicieron para darme una sorpresa. Pero no podían presentarse en casa con las cajas así al descubierto, querían jugármela un poco.

Así que aprovecharon que mi madre trabajaba en una tienda de efectos militares y que, de vez en cuando, traía cosas para el cuartel del Regimiento Saboya que aún estaba en Leganés, al lado de nuestra casa (justo en el Edificio Sabatini de la Universidad Carlos III de Madrid). Así que envolvieron las cajas con sumo cuidado y les pusieron unas cuerdas y pegatinas con el nombre de la tienda donde trabajaba mi madre. Mi padre se marchó a su trabajo... y quedó en volver tras cerrar la tienda para ir juntos a casa en un taxi (lo cual supuso otro gasto adicional).

Y yo, mientras tanto, estaba en casa sin saber lo que venía de camino.

Y se abrió la puerta de casa. Llegaron mis padres a la hora habitual cargados con dos cajas que me parecieron enormes. Recuerdo clarísimamente que estaba sentado en el sofá, miré hacia la izquierda para verles entrar y al ver las dos cajas lo primero que se me vino a la mente fue: "un ordenador y una televisión". Pero lo descarté porque sabía que era muy difícil, por no decir imposible.

Me dijeron que era una entrega especial para el cuartel y que al día siguiente habría que llevarla o alguien vendría a recogerla, no recuerdo. No era la primera vez que pasaba, así que la explicación era tan sumamente convincente que coló... y vaya que si coló. Pero cuando me dijeron "desenvuélvelo, que así mañana no habrá que hacerlo y, de paso, lo ves que igual te gusta" mis sospechas iniciales volvieron a aflorar. Conscientes de ello, el primer paquete que me ofrecieron fue el más grande: la televisión. Y al abrirlo no supe qué decir, porque había acertado ya el 50% de lo que era. En ese momento ellos ya sospechaban que yo sabía qué había en el otro paquete, pero tenía que abrirlo. Así que al rasgar el papel y ver la caja con la foto del ordenador... si no llega a haber un sillón detrás me hubiera caido al suelo.

No recuerdo más de aquel momento. No sé qué dije, qué me dijeron, qué dijo mi abuela, nada... sólo esos fragmentos han perdurado en mi memoria grabados a fuego: la sospecha inicial y la certeza final de que me habían comprado un ordenador.

Todo esto sucedió hoy, hace ya 35 años. Mis padres ya no están, pero ese ordenador sigue aún conmigo perfectamente guardadito en su maletín. Es uno de los mejores recuerdos que tengo de mi infancia y de una época más sencilla y tranquila. Puede que ahora apenas tenga tiempo de disfrutarlo, que las obligaciones familiares y laborales me tengan alejado del mundo del MSX y de la programación, pero aquí está y aquí seguirá estando. Nunca me cansaré de agradecer a mis padres aquel regalo, por lo mucho que cambió mi vida y por lo mucho que sacrificaron para comprarlo.

No voy a hacer promesas de cara al año que viene, que ya lo he hecho muchas veces y siempre las he incumplido. Lo que sí prometo es intentarlo, buscar algo de tiempo debajo de las piedras y hacer, de vez en cuando, algo para o con el MSX, ya sea sacar algún juego, vídeo, rutina... o echarme algunas partidas a algún juego con mis hijos. Así, este minicuento seguirá sin tener un final.

Os mantendré informados. ¡Felices Fiestas!